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Despedida a Esther Morales

#Columna | Tania Aruzamen.


Compañera,


Tu rostro no me es desconocido, es el rostro de mi pueblo. En los pliegues de tu piel morena veo también la vida de la mujer trabajadora, de la campesina, de la madre indígena. Tus rasgos me recuerdan quiénes somos los que hacemos este país, un país que hoy tiene más razones para luchar e indignarse que razones para sentirse orgulloso. Viniste de “adentro” del campo, de donde vienen quienes luchan, pero también de donde vienen quienes son los más humillados.


Te conocemos quienes sabemos de tu lucha, de tus palabras en tu paso por el mundo, de la labor de ser parte de un proceso histórico en el país; como una guerrera más, acompañaste a nuestros hermanos y fuiste parte de este nuevo capítulo, capítulo que no tiene camino en reversa, pues junto contigo lo conquistamos, hermana.

Hace poco más de un año, cuando el odio irracional, la manipulación y la crueldad se apoderaron de nuestro país, hermana, fuiste víctima de la maldad justificada en el odio a tu hermano menor, en ese tiempo aún presidente constitucional del Estado Plurinacional; y es cierto eso que decían, les ha dolido tanto un indio en el poder, que fueron a tu casa y la quemaron. Podía ver en el fuego, la saciedad ajena de quienes solo se alimentan de resentimiento y venganza, de quienes sentían que en el daño y el rencor estaba la respuesta a sus privilegios amenazados.


Recuerdo esa noche como si fuera hoy, mi madre gritaba ¡la casa de la Esther, la están quemando! En el fondo sabíamos que el plan estaba en marcha, había iniciado el golpe de Estado.


No fuiste la única, hermana, muchos compañeros sufrieron la persecución, la violencia, la destrucción y la amenaza a sus seres queridos esa misma noche. Pero es cierto, el dolor y la tristeza mermaron tu salud y tu vida lentamente. No pudiste gritar, no pudiste denunciar, pues el odio había tomado el poder, desde entonces tú eras nuevamente una enemiga derrotada para los fascistas.


No hubo justicia, nadie te acompañó en el dolor, no se hallaron más culpables que tus propios hermanos señalados como terroristas por quienes tomaron el poder por asalto. ¿Cuánto habrá dañado tu salud, hermana, ver el esfuerzo destruido, la injusticia de ver a tus seres queridos amenazados y alejados de su patria?


Llegó la enfermedad, y con ella nuevamente el odio que se hizo carne en ti. Estabas enferma y a eso se sumó la pandemia; se hizo lo que pudo, pero con un Estado ausente, una crisis sanitaria y espacios insuficientes, perdiste la batalla. Necesitabas el espacio en terapia intensiva, necesitabas un respirador, de esos quinientos que se anunciaron y nunca llegaron, lo necesitabas para sobrevivir; pero este gobierno no entiende de esto, no entiende de las necesidades del pueblo, ni del hambre, ni de la bronca.


No quiero pensar que el odio fue lo que te mató, hermana, pero los hechos me dicen que es así, que el odio entre hermanos inició tu dolor y el odio de un gobierno indolente no permitió que tengas los suficientes cuidados para permanecer con tu pueblo.


Es este gobierno el que nos mata, no solo fue a ti, fue a muchas mujeres, madres y trabajadoras, hombres y mujeres pobres que no acceden a la atención oportuna. ¿Dónde están los respiradores? ¿Dónde está el equipamiento mínimo para atender al pueblo? ¿Dónde está todo lo que necesitamos los bolivianos para no morir cada día?


Esther, eres ejemplo de lucha, pero también ejemplo de la desatención en la crisis, ejemplo de lo que es capaz el odio y la corrupción de este gobierno. ¡Que tu partida sirva para entender y denunciar al mundo que nos están matando!


Hasta pronto hermana, nos queda el compromiso de buscar justicia en tu nombre y en el de todos quienes son víctimas de semejante retroceso; para volver y honrarte en nuestros próximos pasos. ¡Hasta la victoria!


Tania Aruzamen


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